“Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo.”
Aristóteles en su “Ética a Nicómaco”
Puede que sea la definición más perfecta de inteligencia emocional que existe.
¿Recuerdas cuál fue la última vez que te enfadaste? Yo, perfectamente y sospecho que no cumplí los cinco ingredientes que el genial Aristóteles proclamaba.
La ira tiene muy mala prensa, a veces, de forma injusta y es que esta emoción tiene su cara y también su cruz.
Su cruz aparece en el momento que nubla nuestra mente, nos dejamos secuestrar por ella y actuamos de forma visceral y primaria, arrasando con todo.
Pero, la ira bien entendida, puede llegar a ser nuestro mejor fiscal. Puede convertirse en esa fuerza que actúe de impulso y palanca movilizadora cuando estamos viviendo una situación que a todas luces es injusta. La ira bien canalizada es energía que nos sirve para convertirnos en esa persona firme que actúa con mano de hierro y guante de terciopelo.
La ira reprimida que queda atascada en nuestro trastero emocional, antes o después, puede correr el peligro de convertirse en culpa. Una alquimia emocional extraña de nuestro organismo que tenemos el poder de evitar.
¿Te imaginas como sería tu vida si jamás experimentases esta emoción? Quizás podrías llegar a convertirte en el genio de la lámpara de los deseos de todas aquellas personas que tienen la suerte de compartir su vida contigo. Teniendo banda ancha ilimitada para tod@s pero quedándote sin datos para ti.
La ira es una gran fuerza, que si la puedes controlar, puede ser transformada en un poder que puede mover el mundo entero.
Y es que, si eres paciente en un momento de ira, escaparás a cien días de tristeza.
Con todo mi cariño,
Alba Abella

Categories:
Tags:
No responses yet